Las energías renovables son fundamentales para la transición energética ya que representan una vía eficaz para reducir la dependencia global de los combustibles fósiles. Fuentes como la solar, la eólica, la hidroeléctrica y la biomasa, ofrecen alternativas sostenibles que no solo disminuyen las emisiones de gases de efecto invernadero, sino que también contribuyen a la seguridad energética y a la diversificación de la matriz energética global.
La creciente adopción de estas tecnologías permite mitigar los efectos del cambio climático al frenar el calentamiento global y sus consecuencias negativas. Además, promueven el desarrollo económico y social a través de la generación de empleo en sectores innovadores y la reducción de costos a largo plazo, debido a la disminución de la necesidad de importar combustibles fósiles.
El aprovechamiento de recursos naturales inagotables y disponibles localmente también fomenta la autonomía energética de las regiones, reduciendo la vulnerabilidad ante fluctuaciones de precios internacionales y conflictos geopolíticos. La transición hacia un modelo energético sostenible es, por tanto, una necesidad imperativa para garantizar un futuro habitable y próspero, alineado con los objetivos globales de desarrollo sostenible y la preservación del planeta para las generaciones venideras.